Los puertos de montaña de Atlatlahuca: un espacio estratégico en el siglo XVI

 

Resumen:

Desde el punto de vista cultural, la cuenca alta del río Lerma ha estado históricamente vinculada con la cuenca del río Amacuzac, afluente del Balsas. En tiempo prehispánico, la llamada Provincia Matlatzinca -compuesta de varias unidades autónomas- se extendió hacia ambos lados de la divisoria de aguas. En este artículo nos centraremos en el papel de Tenango y de Atlatlahuca, actual Estado de México, como espacios privilegiados que articulan a ambas cuencas a través de un área de suave relieve. Analizaremos los cambios en el paisaje producto de los procesos político-territoriales y de urbanización que se verificaron desde el posclásico mesoamericano y enumeraremos las consecuencias que tuvieron lugar en la época colonial. El carácter estratégico de este espacio no ha sido suficientemente valorado hasta ahora por otros geógrafos. Consiste en abrir una extensa área de control político-militar que permite el acceso a ambientes diferentes desde los cuales se pudieron obtener variados recursos naturales. Para explicarlo echaremos mano del enfoque propio de la geografía cultural.

Palabras clave:paisaje, siglo XVI, matlatzincas, inpuhetzi, Tenango del Valle.

Abstract:

The environmental characteristics of the upper Lerma river basin and the accessibility to the Balsas midelevation basin from its southern margins facilitated the settlement of different human groups since the early history of Mesoamerica. The mountain passes of Atlatlahuca were one of the most strategic ancient routes that communicated these basins, since no steep slopes had to be walked to descend or climb up over 700 meters, from the pre-Hispanic village of Atlatlahuca to the valley of Tenancingo. So far, the relevance of these mountain passes has not been recognized by the studies focused on the territorial evolution of the upper Lerma basin and neighboring regions.

The fifteenth and sixteenth centuries were the time when the strategic quality of these mountain passes reached its peak, first under the rule of the Matlatzinca federation, and later by the Aztecs and their allies. Historical approaches to the territorial evolution of the upper Lerma basin have focused on the lacustrine area that used to cover the lowlands; in our view, this approach is insufficient to explain the territorial evolution of this basin. An approach beyond watersheds or contemporary administrative limits, encompassing broader temporal and spatial scales, has revealed the strategic character of these mountain passes. Understanding these territorial priorities also requires to acknowledge the changes in landscape of the main historical settlements that controlled the access to these mountain passes: Tenango and Atlatlahuca. Our goal is not to outline a definitive version of this territorial structure; instead, we want to set the grounds for a discussion from a geographical viewpoint ranging several historic stages.

Our explanation is based on the principles of contemporary Cultural Geography and their application to areas of Mesoamerican tradition, and was derived from a continuous temporal analysis encompassing the Mesoamerican Post-Classic period and most of the 16th century. The cultural approach in geography aims to understand the thoughts and priorities of local inhabitants within their territorial context in different historical stages. In our case, the territorial structure we aim to explain involves physical changes in landscape, as well as changes in land use or in the way the environment is perceived according to different cultural practices.

In physical and biological terms, our case of study is located in the transition zone between Nearctic and Neotropical regions in southern-central Mexico. The mountain passes of Atlatlahuca descend from around 2 700 m a.s.l. to approximately 2 000 m in the valley of Tenancingo within less than 15 kilometers. The physical characteristics that assured a broad range of supplies and the control of vast territories. In our cultural reconstruction, besides physical and biological conditions, it is also necessary to understand the concept of altepetl: a nahuatl word that literally means “water mountain” and defines the Mesoamerican post-Classic urban space. Most of the altepetl found by the Spaniards became pueblos de indios in the sixteenth century. In the Matlatzinca language -the predominant language in the area before the Aztec conquest circa 1470- altepetl translates to inpuhetzi.

The territorial structure we attempt to explain is based on the settlement of several inpuhetzi during the early Mesoamerican post-Classic times, some at the Nevado de Toluca piedmont and others on isolated mountains within the upper Lerma basin: Tenango and Atlaltlahuca were among these settlements. This location allowed the Matlatzinca people to defend themselves from the attacks coming from the basin of Mexico. However, this defense does not explain the permanence and magnificence accomplished by the Matlatzinca for centuries. For us, the control of the Atlatlahuca mountain passes is key in the achievement of such grandeur, a territorial pattern shared with other nations settled along the Trans-Mexican Volcanic Belt. In this territorial logic, huge volcanoes or steep canyons were not territorial boundaries but articulation means. The importance of the Atlatlahuca mountain pass area also derives from the large number of political and administrative units settled there before the Spanish conquest. In less than 200 square kilometers there were six altepetl and two villages ruled directly from Tacuba, a minor partner of the Aztecs.

The Spanish conquest led to the abandonment of this ancient route. First, its strategic value from a military point of view disappeared after the whole of central Mexico was under Spanish control. Second, the depopulation throughout the sixteenth century and the priority given by Spaniards to the healthy highlands led to the abandonment of most of the ancient commercial routes. Third, among the major mining towns located southwest of Mexico City, only Zacualpan continued using this route, which was also used by the wheat producers from the valley of Tenancingo and by merchants that traveled far into depopulated tropical lands. This commercial activity started to grow in the second half of the eighteenth century, when repopulation started and some tropical products were demanded by world markets.

Keywords:paisaje, siglo XVI, matlatzincas, inpuhetzi, Tenango del Valle.


Introducción

La riqueza ambiental de la cuenca alta del río Lerma y la accesibilidad de su extremo sur hacia la cuenca media del Balsas favorecieron el establecimiento de grupos humanos desde el periodo formativo mesoamericano. Esta área cuenta con varios puertos de montaña, siendo los de Atlatlahuca, ubicados al suroeste de Tenango de Arista (actual cabecera del municipio de Tenango del Valle, Estado de México), los que mejor comunican ambas vertientes. El relieve de este corredor es suave y conduce desde la ciénaga de Almoloya (Chignahuapan) hacia los valles intermontanos que descienden rumbo a Tenancingo. El carácter estratégico de este espacio no ha sido suficientemente ponderado por los estudiosos del territorio de la cuenca alta del Lerma y regiones vecinas. La temporalidad que manejamos en este estudio va, grosso modo, de la extensión máxima del área de habla matlatzinca hacia mediados del siglo XV hasta el establecimiento, en el siglo siguiente, de un régimen colonial que exigió transformaciones profundas en la estructura territorial y en el propio paisaje. En medio figuran dos episodios de cambios bruscos que tuvieron lugar en tan solo cincuenta años: la irrupción mexica en la zona hacia mediados de la década de 1470 y, desde luego, la conquista española poco después de la caída de Tenochtitlan, en 1521.

Los estudios históricos que han abordado la cuenca alta del río Lerma han fijado su atención en la zona lacustre (Albores Zárate, 1995; Sugiura, 1998; Romero Quiroz, 2001), lo cual nos parece insuficiente para explicar la estructura territorial de la región en general y del área de Tenango del Valle en particular. Desde el punto de vista geográfico es necesario entender los procesos espaciales más allá de la línea divisoria de aguas o de los límites políticos actuales. Consideramos que es conveniente seguir dichos procesos con base en un análisis de temporalidad amplia y mediante la comprensión de diversas escalas (Ferras, 1992); esto nos permite leer el espacio de una manera más completa. Una lectura cuidadosa del terreno parece revelar que el área estratégica en la organización del territorio no se ubica en los lagos del Alto Lerma, sino sobre las elevaciones al sur y al oeste de los mismos. Las unidades políticas localizadas en esta zona lograron traspasar el ámbito local al dominar el área comprendida, a grandes rasgos, entre Tenango y Tenancingo de norte a sur, y Joquicingo y el volcán Nevado de Toluca de este a oeste. Estos parajes regularon, durante siglos, el acceso desde los altiplanos meridionales a las cuencas de los ríos Amacuzac, Sultepec y Cutzamala, todos tributarios del río Balsas (Figura 1).

Figura 1

Mapa que muestra los puertos de montaña de Atlatlahuca y sectores inmediatos de las cuencas altas de los ríos Lerma y Amacuzac. Autor: Gustavo Garza Merodio sobre imagen de Google Earth, 2015.

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El área estratégica propuesta abarca al actual municipio de Tenango del Valle casi en su totalidad, y porciones de los de Joquicingo, Tenancingo y Villa Guerrero. Estudiaremos, por una parte, la evolución del corredor de Atlatlahuca, paso natural del Alto Lerma a la cuenca del Balsas. Por otra parte, analizaremos los cambios operados en el paisaje de los pueblos tanto de Tenango como de Atlatlahuca. Ello implica cambiar de la escala regional a la local y de un ámbito más rural a otro de mayor densidad urbana.

Nuestra delimitación se basa en argumentaciones geográficas que implican el estudio del territorio y del paisaje en el siglo XVI. El territorio hace referencia a un espacio delimitado en posesión de una comunidad que lo reclama como suyo y que muy frecuentemente es reconocido por las comunidades vecinas (Barabas, 2003, Lacoste, 2003, Ramírez, 2006). Respecto del territorio hemos reflexionado sobre el número y dimensión de las posibles unidades políticas que ocuparon este espacio a lo largo de diversas épocas. En este artículo echaremos mano del término estructura territorial para explicar el funcionamiento de un territorio. Entendemos por estructura territorial a la jerarquía, articulación y funcionamiento de los elementos que conforman un territorio, incluyendo el patrón de asentamiento, el acceso a recursos, el urbanismo de los pueblos, así como los caminos y los límites demarcados por los habitantes. Sin embargo, no pretendemos dar una versión definitiva de dicha estructura territorial. Nuestra intención es la de abrir una discusión hacia el futuro aportando algunos elementos basados en un análisis geográfico que atraviesa diversas etapas históricas.

Partimos de la pregunta siguiente: ¿en qué medida, los puertos de montaña de Atlatlahuca fueron estratégicos para los pueblos prehispánicos y cómo cambió su valoración luego de las transformaciones territoriales desarrolladas por las autoridades virreinales? Para responder procederemos en tres partes abordando en ellas el estudio de esta articulación de espacios según las propuestas de la geografía cultural. En el primer apartado expondremos las bases metodológicas de este enfoque para luego aplicarlas en el estudio de áreas de tradición mesoamericana y definiremos conceptos que permiten observar de manera integrada el medio con la población. En el segundo apartado analizaremos propiamente el territorio que nos ocupa durante el posclásico mesoamericano (circa 1100-1520 d.C.); aquí hablaremos de una primera estructura territorial del área de estudio. En el tercer apartado se abordarán los cambios que ocurrieron en dicha estructura durante el siglo XVI, tras la llegada de los españoles.

Tenango: enfoque cultural, paisaje y territorio

El enfoque cultural en geografía sitúa al investigador al interior mismo de su objeto de estudio intentando comprender la lógica empleada por los habitantes locales de las distintas etapas históricas para estructurar su territorio (Sauer, 1982; Foote et al., 1994; Jackson, 1995; Crang, 1998; Bonnemaison, 2000; Anderson et al., 2003; Claval, 2003). Se diferencia de otros enfoques que abordan el espacio, en particular el paisaje, desde una óptica en la que el investigador asume la existencia de geosistemas y unidades de paisaje que se asumen como verdades objetivas (García Romero y Muñoz Jiménez, 2002). En nuestro caso nos ubicamos inicialmente en el municipio actual de Tenango del Valle. La estructura territorial que nos interesa comprender implica cambios físicos en el paisaje (represamiento de arroyos, trazo de senderos, desmonte de bosques, sistematización de la agricultura o la ganadería, construcción de pueblos o ciudades), tanto como cambios en la manera de usar el suelo o en la forma de percibir su entorno de acuerdo con la cultura propia (ocupación de un sitio, recolección de vegetales, cacerías de algunas especies animales, reclamo de tierras, sacralización de formas del relieve, tipificación de áreas por sus cualidades “peligrosas”, “útiles”, “hermosas”, etc.). Así pues, el enfoque cultural toma en cuenta tanto al ambiente biofísico como su semantización, es decir, la significación que los pobladores le dan al paisaje (Giménez, 2000).

Desde la perspectiva cultural, definimos paisaje como el espacio producido por un grupo social a escala local, percibido por un observador y compuesto de elementos físicos —ya de origen natural, ya cultural— que han evolucionado a través de la historia y que ayudan a explicar, en conjunto, su funcionamiento y estética (Bender, 1995; Cosgrove, 1984, Donadieu y Périgord, 2005). Entendemos por evolución del paisaje a los cambios ambientales y culturales visibles que se han desarrollado a través del tiempo, en particular de elementos como el relieve, la cubierta vegetal, la hidrografía, el clima, el uso del suelo y las edificaciones (Arnold, 2000). Tanto la evolución del paisaje como la estructura territorial se estudian a escala local y a escala regional. Para el caso que nos ocupa podemos decir que en el paisaje del área de estudio se reconocen elementos de dos biomas diferentes que enriquecen la diversidad natural y que hacen atractiva la zona para el establecimiento de grupos humanos; la estructura territorial del área se caracteriza por abarcar un importante sector del ecotono entre las tierras templadas del Eje Neovolcánico y las tierras cálidas de la depresión del río Balsas, vinculadas, en buena medida, por los puertos de montaña de Atlatlahuca. El tramo que definimos como corredor de Atlatlahuca, desciende de cerca de 2 700 msnm (en los alrededores de este pueblo), a aproximadamente 2 000 (cerca de Tenancingo); esta diferencia se alcanza en poco menos de 15 kilómetros. Adelante explicaremos más ampliamente por qué el territorio, vertebrado por dicho corredor, es estratégico desde la perspectiva de la apropiación de los recursos y del dominio visual de un paso transitado.

Complementario a los conceptos de territorio y de paisaje, debemos entender el de altepetl: este término proveniente de la lengua náhuatl y hacía referencia, en tiempo prehispánico, a una comunidad que poseía un territorio más o menos delimitado y tenía un dirigente soberano o tlatoani. Además de denotar tanto a los pobladores como a su dirigente, el término altepetl también hace referencia al paisaje. Como su etimología lo indica, la palabra está compuesta de las raíces atl “agua” y tepetl “cerro” (Lockhart, 1999; Reyes García, 2000; Fernández y García Zambrano, 2006). En tiempo colonial fue frecuente que los altepeme (plural de altepetl) siguieran existiendo bajo el nombre de “pueblos de indios” y conservaran su estructura territorial en la que figuraban otros altepeme en una relación de jerarquía política. Tenango fue pues, “cabecera” (núcleo principal) de un pueblo de indios y otras unidades como Coaxuxtenco, Jajalpa y Tepexoxuca fueron pueblos “sujetos” (dependientes), designados así en la tipología colonial. Pese a las particularidades que en cada cultura se puedan encontrar, consideramos que el término altepetl es equivalente, en lengua matlatzinca al de inpuhetzi (García Castro, 1999: 41) y será este último el que utilizaremos en lo que resta de este artículo por tratarse nuestra área de estudio de una zona ocupada precisamente por comunidades matlatzincas.

Para estudiar el paisaje, y en su caso el inpuhetzi, hemos mencionado que es necesario echar mano de fuentes documentales entre las que destacan, por su interés en representar el espacio, las descripciones geográficas y los mapas antiguos. Los documentos históricos que para el análisis geográfico parecen ser los más útiles se hallan en los ramos de “Tierras”, “Indios” y “Mercedes” del Archivo General de la Nación (AGN). Entre los mapas antiguos consultados debemos mencionar los que acompañan a las Relaciones Geográficas de Tenango (Teutenango) y de Atlatlahuca (Atlatlahucan), entre otros, pintados en la década de 1580. Mapas contemporáneos también han sido imprescindibles para estudiar este tipo de casos. En particular nos hemos servido de la cartografía topográfica del INEGI a escalas 1:50 000 para explorar a pie los espacios a nivel local y 1:250 000 para comprender la estructura regional y las rutas posibles que unen distintos pisos ambientales. Otro recurso invaluable de investigación ha sido el trabajo de campo, consistente en caminatas de reconocimiento en la zona para observar el paisaje y obtener información mediante entrevistas informales con habitantes de Tenango de Arista y Atlatlahuca quienes conocen mejor el medio y nos permiten matizar nuestras lecturas cartográficas y del paisaje.1

La estructura territorial matlatzinca y el área estratégica de tenango del valle

Las cuencas del Lerma y del Balsas se articularon desde tiempo prehispánico a través de una serie de puertos de montaña de suave relieve que formaron un corredor natural. En este apartado se habla de él y se presenta también la ubicación de los principales asentamientos posclásicos que estructuraron este territorio, señalando su jerarquía e interrelación y, finalmente, cambiamos la escala para analizar, a más detalle, el entorno del centro ceremonial de Teotenango y el propio sitio de Atlatlahuca.

La construcción de la estructura territorial que hemos esbozado pasó primero por el establecimiento de asentamientos durante el periodo posclásico mesoamericano, unos en el pie de monte del Nevado de Toluca (Calimaya, Teotenango y Atlatlahuca) y otros en elevaciones aisladas al interior de la cuenca del río Lerma (Calixtlahuaca, Toluca, Tlacotepec y Metepec). Esta ubicación ayudó a defender su soberanía con respecto de las metrópolis que se desarrollaron en la cuenca de México. Pero esa posibilidad de defensa no explica por sí sola la pervivencia y esplendor de las entidades matlatzincas de la cuenca alta del Lerma desde los últimos siglos del primer milenio cristiano hasta el predominio de la Triple Alianza. En nuestra propuesta tal pervivencia se explica, en buena medida, por el control de los puertos de montaña de Atlatlahuca.

El paisaje del sur matlatzinca refleja la transición entre los reinos vegetales neártico y neotropical; ello implica que desde este territorio se accede con facilidad a gran cantidad de recursos. La biodiversidad de estas comarcas abarca desde comunidades de Abies religiosa (abeto u oyamel) hasta la selva baja caducifolia, pasando por bosques de pinos, mixtos con variados géneros de quercus (encinos) y los ambientes lacustre y de aluvión en la parte llana de la cuenca del Lerma, así como el aluvión de la inmensa terraza natural que es el valle de Tenancingo. El cultivo del maíz encuentra la posibilidad de llevarse a cabo en variedades tanto templadas como semitropicales, y el cultivo de hortalizas, frutos, así como la recolección de vegetales en general en los bosques se benefician de las condiciones ecotonales. Los sectores más homogéneos al interior de los biomas (en este caso, bosques de abetos, pinos o mixtos) carecen de la biodiversidad que se encuentra en las franjas de transición, siendo por tanto mucho mayor la variedad y abundancia de alimentos en los ecotonos (Medina Macias et al., 2010: 491). Adicionalmente, los puertos de montaña de Atlatlahuca permitían también el acceso a otro tipo de productos como la sal, que en la cuenca del Alto Lerma era escasa. La Relación Geográfica de Teutenango, escrita en 1582, afirma que en ese pueblo no había sal y que era menester bajar “hasta Iztapa” (Ixtapan de la Sal) por este corredor para conseguirla (De Avila, 1986 [1582]: 282).

Esta situación no era aislada. Como los matlatzincas, otras unidades políticas logradas sobre el Eje Neovolcánico (ocuiltecas, xochimilcas, chalcas, huejotzincas) tenían su centro político primordial en las tierras altas y todas tuvieron como prioridad el expandirse hacia las tierras bajas, labor facilitada ampliamente gracias al control de los puertos de montaña más accesibles. Por ello, controlar estos espacios devino una estrategia política imprescindible. Los estratovolcanes, en vez de ser limitantes en la estructuración del territorio, coadyuvaron a su articulación. Como ejemplo basta ver, fuera del área matlatzinca, la forma en que chalcas y xochimilcas organizaron la ladera meridional del Popocatépetl (Garza, 2007). El corredor de Atlatlahuca resulta uno de los mejores ejemplos de área estratégica en la vertiente meridional del Eje Neovolcánico. Su control fue buscado desde el clásico tardío (Brambila, 1995).

Proponemos que desde Calixtlahuaca, Calimaya y Tenango hasta Coatepec-Harinas y Texcaltitlán se localizó el territorio núcleo de los matlatzinca. A partir de este núcleo se configuró la federación cuyo apogeo tuvo lugar, de acuerdo con Beatriz Albores, entre 1162 y 1476 (Albores, 2006: 262). Dicha federación, eventualmente, abarcó Zacualpan, Zumpahuacan y Malinalco por el oriente; por el occidente Tejupilco, Amatepec y Tlatlaya y, de sur a norte, de Zacualpan hasta Calixtlahuaca (Quezada, 1996; García Castro, 1999). Como señala la arqueóloga Yoko Sugiura, en esta delimitación debe ser tomada en cuenta, por un lado, la lengua matlatzinca y por el otro la cultura material que abarcó áreas más extensas. Se trata pues, de dos maneras complementarias de definir el territorio (Sugiura, 2005). Respecto de la cultura material, Federica Sodi describe que precisamente se ha podido rastrear la cerámica de tipo matlatzinca desde la cuenca Alta del Lerma hasta Tierra Caliente (Sodi Miranda, 2000). Esto habla de la importancia de los matlatzincas en el momento de su mayor influencia aprovechando una estructura territorial adecuada para el control y la expansión (Figura 2).

Figura 2

Mapa que muestra el máximo apogeo de la federación Matlatzinca. Autor: Gustavo Garza Merodio sobre imagen de Google Earth, 2015.

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En síntesis, la principal bondad del área en la que está enclavado Teotenango es la forma en que se desciende hacia las tierras bajas, a través de terrazas ígneas, que de acuerdo con la altitud ofrecen tanto recursos bióticos de los climas templados como recursos de la franja de transición a los climas cálidos. A diferencia del altiplano -y en concreto de la planicie lacustre del alto Lerma-, el área cuenta, además, con una menor recurrencia de heladas. Su posición la convierte en un espacio vinculante con las sierras del norte del actual estado de Guerrero y la cuenca baja del río Balsas y, por ende, del litoral del océano Pacífico. Es un área vital, no sólo porque liga dos cuencas que, desde la perspectiva de la apropiación de recursos, son complementarias, sino porque, a una escala interregional, es a su vez, un pasaje articulador; es decir, quienes buscaban trasladarse desde la cuenca de México hacia el suroeste del país no encontraban mejor ruta que esta. El corredor debe haber sido codiciado como punto de control militar y de vigilancia y, en ese sentido, Atlatlahuca debe haber jugado un papel de centinela desde el emplazamiento en el que estuvo su sitio prehispánico, del que hablaremos más adelante.

Nuestra insistencia en reconocer la importancia de los puertos de montaña de Atlatlahuca busca explicar la viabilidad de las cabeceras matlatzincas por medio del control del Nevado de Toluca y de sus pasos estratégicos. Fue la vertiente oriental de este volcán la que durante siglos resultó primordial, dada su relativa proximidad a las cuencas de Tula, México y Amacuzac, mientras que el área occidental del mismo era marginal y eventualmente se convirtió en franja fronteriza al quedar bien establecido el panorama político-militar del posclásico tardío. Una vez controlado por la Triple Alianza, hacia mediados de la década de 1470, el corredor adquirió una importancia interregional convirtiéndose en un área clave para llevar a cabo el dominio del suroeste de México y, eventualmente, los constantes enfrentamientos con Michoacán, en particular hacia Tierra Caliente, le confirieron a este corredor aun mayor relevancia.

La importancia del área también se refleja en el elevado número de unidades políticas de alta jerarquía ubicadas dentro de ella. Los poco menos de 200 kilómetros cuadrados que abarcan el extremo suroccidental de la cuenca alta del Lerma, los valles intermontanos de Atlatlahuca y Xochiaca y el sector norte de la meseta de Tenancingo albergaron, hacia el posclásico tardío, seis asentamientos principales, que fueron reconocidos como cabeceras durante el período colonial temprano: Teotenango, Atlatlahuca, Joquicingo, Xochiaca, Tecualoyan (Villa Guerrero) y Tenancingo (García Castro, 1999: 48). Otras dos unidades, Zictepec y Zepayautla también deben ser contadas en la misma área. Tras el sometimiento a la Triple Alianza, estas dos unidades conformaron parte del territorio integral de Tacuba (Solis, 1985 [1580]; Gerhard, 1986).

Una vez referida la estructura territorial matlatzinca que, como se ha visto, rebasaba los límites de la cuenca del Lerma hacia la del Balsas, es preciso cambiar de escala para analizar la localidad más importante de esta estructura: Teotenango. La parte central del inpuhetzi de Teotenango se localizaba en lo alto del cerro Tetépetl, en donde se urbanizó un área que ocupaba 1.5 km de norte a sur y 1.2 km de este a oeste, compuesto de un gran basamento piramidal de estilo teotihuacano en cada una de las tres plazas trazadas en el sitio y una muralla que delimitó el conjunto. La invasión mexica trae algunas transformaciones a la ciudad como la construcción, en la parte norte, de conjuntos habitacionales con hogares rectangulares (Piña Chan, 1972, 2000).

El núcleo urbano de Teotenango, según nuestra propuesta, formó parte de una estructura territorial en la que había otros componentes fundamentales. Para comenzar, debemos destacar dos elementos del relieve que formaron parte de esta estructura: las elevaciones y los lagos. Al poniente de Teotenango se encuentra el Nevado de Toluca y al sureste el cerro Tenango, mientras que al noreste está el área lacustre del Alto Lerma. El Nevado de Toluca está además investido de una importancia funcional dado que es el origen de los escurrimientos y de los manantiales de toda la zona. En el paisaje compuesto por estos rasgos del relieve se pueden ubicar cinco asentamientos más que fueron parte de este inpuhetzi y que ocupan diversos nichos ambientales: a) Coaxuxtenco, en la orilla lacustre; b) Tetetla, en el aluvión; c) Putla, sobre la ladera del Nevado de Toluca; d) Jajalpa, entre el pie de monte del cerro Tenango y el área lacustre y e) Tepexoxuca, en el valle de Joquicingo.

En el caso de Atlatlahuca, el asentamiento prehispánico estuvo fundado probablemente sobre las tres laderas que hoy se hallan al norte, al sur y al poniente del pueblo. El patrón de asentamientos debe haber sido más disperso en función del relieve y de los recursos existentes. Al parecer estaba compuesto, en tiempo previo a la conquista, de cuatro parcialidades hablantes de lengua matlatzinca y náhuatl, sin que las fuentes nos digan cuántas pertenecían a cada etnia (García Castro, 1999). Los dos mapas indígenas que se conocen de Atlatlahuca y la misma Relación Geográfica, fechada en 1580, hablan de la importancia de los manantiales existentes en la zona que, si bien no proveían necesariamente de agua potable a la población “por ser salobre”, al menos sí tenían un carácter sagrado reflejado en el hecho de que el agua era curativa (Solis, 1985 [1580]).

Atlatlahuca ha constituido históricamente un complemento de Teotenango en el sentido en que ambos sitios poseían el control de paso de una cuenca a la otra y tenían capacidad de vigilar dicho corredor. Sin embargo, Atlatlahuca en sí misma posee varios indicadores que nos hacen pensar que su papel no siempre fue necesariamente subordinado a Teotenango sino que tuvo gran autonomía, como veremos más adelante.

El dominio español y el área estratégica de tenango

La llegada de los españoles a la zona implicó cambios en la estructura tanto de los pueblos como de la región siguiendo procesos similares a los de toda la Nueva España. Empecemos por entender las generalidades de esta transformación territorial.

Hacia fines del posclásico, la mayoría de la población indígena del México Central estaba organizada, como señalamos, en altepetl (en inpuhetzi en el área matlatzinca) cuyas casas, frecuentemente, se asentaban de manera dispersa en cañadas y laderas montañosas. Ciudades tan grandes y densas como Teotenango eran más bien excepcionales y su función era directiva: se trataba más de un centro de exaltación del poder que de un conjunto habitacional (Piña Chan, 2000; Bernal-García y García-Zambrano, 2006). Desde la segunda mitad del siglo XVI y hasta la primera del XVII fue común que los españoles organizaran congregaciones para concentrar a la población indígena y poder así controlarla, evangelizarla y recabar su tributo (De la Torre Villar, 1995). De este modo, fueron fundados pueblos de indios en las áreas planas contiguas a los antiguos asentamientos. Estos pueblos tenían solares bien delimitados por calles rectas que fueron trazadas a partir de una plaza central frente a la que figuraba una iglesia cristiana. Este proceso de transformación urbana y territorial no fue súbito. La vitalidad del universo indígena anterior a las epidemias de las décadas de 1540 y 1570 impidió la apropiación inmediata del suelo por parte de los españoles hasta las últimas dos décadas del siglo XVI, siendo a partir de entonces cuando comenzó a tomar forma definitiva la estructuración del territorio colonial.

En la cuenca alta del Lerma, la dispersión de asentamientos debió abarcar desde islotes y sitios ribereños de los cuerpos lacustres arriba de los 2 500 msnm, hasta sitios plenamente serranos y próximos a la cota de 3 000 msnm, pasando por algunos asentados sobre las laderas de los cerros y en el pie de monte (García Castro, 1999; Sugiura Yamamoto, 2000). En tiempo colonial, la población de la zona fue probablemente concentrada en los pueblos de indios construidos para ese efecto, uno de los cuales fue Tenango, como lo informa la correspondiente Relación Geográfica. En dicho documento se confirma que “antiguamente estaba el pueblo en aquel cerro” (De Avila, 1986 [1582]: 277-278), es decir, que siguiendo las consideraciones de fundación de nuevos pueblos para congregar a los indios se decidió asentarlos en la planicie lacustre y no en las cañadas y laderas montañosas donde habitualmente moraban (García-Zambrano, 2006). Es probable que la mayoría de la zona habitacional no estuviera encima del centro ceremonial en el actual sitio arqueológico, sino sobre las laderas septentrionales del cerro Tetépetl (Piña Chan, 2000) y probablemente hacia el puerto de montaña de Atlatlahuca (Chávez Peón Herrero, 2008). Teotenango está establecido ahora —dice también la Relación de 1582- “en tierra muy llana y arenosa, al pie del cerro, y tiene la traza de la ciudad de México, calles derechas” (De Avila, 1986 [1582]: 277-278) (Figura 3).

Figura 3

Mapa de la Relación Geográica de Teutenango, 1582. Imagen que claramente distingue entre la traza española y la lógica espacial indígena. Archivo General de Indias.

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El trazado del pueblo de Tenango efectivamente siguió los principales criterios urbanísticos que caracterizaron a la Nueva España: calles rectas cruzándose en ángulos de 90° en torno a una plaza central de forma cuadrangular. La misma pintura de la Relación Geográfica representa con énfasis la ortogonalidad de las calles y la existencia de una plaza central en donde se reunían los poderes religioso (iglesia) y civil (casas del corregidor y de la comunidad). Esta plaza central pudo corresponder al actual atrio de la iglesia de la Asunción de María que mira al cerro Tetépetl (y en dirección al Nevado de Toluca) y en cuyo derredor fue organizado el nuevo asentamiento. La fundación del nuevo pueblo en el antiguo lecho lacustre constituye una modificación mayor en el paisaje y en la estructura territorial. De súbito, Tenango perdió el control visual de los lagos y del paso hacia el corredor de Atlatlahuca.

Por lo que toca a Atlatlahuca, la congregación fue espacialmente más restringida debido a las reducidas dimensiones del valle intermontano sobre el que se asienta esta población, de tal suerte que el pueblo de indios fue instalado cerca del antiguo asentamiento. El pueblo nuevo fue trazado con calles rectas y su iglesia principal, la de San Bartolomé, también mira en dirección al Nevado de Toluca cuya importancia simbólica y funcional en el paisaje es indiscutible: trabajos etnográficos han mostrado que hasta el día de hoy las comunidades del área conocen y respetan este edificio volcánico (Robles García, 2001). Por otro lado, resulta afortunado que de esta pequeña localidad hayan trascendido dos mapas pintados en menos de una década. El primero de ellos acompañó la Relación Geográfica de Atlatlahuca y fue elaborado en 1580 mientras que el segundo es un mapa pintado con el propósito de solicitar tierras y fue fechado en 1588; sobre este último ya se ha realizado un estudio detallado en otra publicación (Chávez Peón Herrero et al., 2010). Ambos mapas representan la congregación que se hizo de los habitantes en un nuevo pueblo trazado con calles rectas y muestran también el manantial salobre que le dio nombre al pueblo (Solis, 1985 [1580] p.48). Ambos mapas son, además, documentos que respaldan nuestra hipótesis sobre el papel de Atlatlahuca como sitio de control de los puertos de montaña. En ellos se puede ver, con claridad, el camino que comunica el Lerma con el Balsas y que se angosta entre los cerros justo a la altura del pueblo. Más aún, refuerza nuestra idea sobre la importancia de Atlatlahuca. En particular, el mapa de 1580 da una idea de la preminencia de este pueblo en comparación con Tenango que aparece como un sitio minúsculo, de la misma talla que Calimaya y menor a Tenancingo y Toluca. Teotenango está representado con una iglesia que no está asociada a otras construcciones lo que lo presenta con una jerarquía menor. Acaso se le asocia con Maxteca (Maxtleca), cuya glosa dice que efectivamente es sujeto de Tenango. En cambio Atlatlahuca, Toluca y Xochiaca, aparecen representados como pueblos asociados, cada uno de ellos, a cuatro casas que presumiblemente son cuatro barrios sujetos. Al menos en un lenguaje cartográfico, Atlatlahuca detenta una jerarquía superior a la de Tenango (Figura 4).

Figura 4

Mapa de la Relación Geográica de Atlatlauhcan, 1580. Este mapa muestra la relevancia urbana de Atlatlahuca durante la etapa colonial temprana, así como su relevancia territorial al adjudicarle los montes que rodena a esta comunidad por el este y el oeste. Universidad de Texas, Austin.

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Destacar la orientación guardada por cada una de las iglesias principales tanto de Atlatlahuca como de Tenango nos parece importante dado que se puede presumir la injerencia indígena en la elección de este rumbo, o bien, la comprensión de parte de los arquitectos coloniales de que el rumbo al que mirara cada iglesia era un rumbo que poseía significados rituales de las que la nueva urbanización debía apoderarse (Broda et al., 1991; Broda y Báez-Jorge, 2001). En otros casos que hemos estudiado, y que corresponden a construcciones de la época colonial temprana, se observa que la fachada de la iglesia guarda una orientación no necesariamente vinculada a la tradición cristiana europea sino a direcciones que resultaban primordiales en la cosmovisión mesoamericana. Estas orientaciones pueden revelar rumbos en los que se alineaban antiguamente edificios prehispánicos con eminencias del paisaje y con algún astro o constelación celeste de manera que, al construir los españoles sus iglesias sobre bases de antiguas pirámides, ayudaban a preservar parte de la importancia sagrada del paisaje indígena. Eran, muy frecuentemente, calendarios agrícolas de horizonte (Aveni, 1991). Este análisis local nos revela claros cambios en el paisaje entre el posclásico mesoamericano y la época colonial. Quizá el más visible sea la concentración y densificación de los asentamientos matlatzincas y el abandono de sus pueblos viejos; otro cambio notorio en el paisaje implica un cierto grado de deforestación debido a la insistencia española de introducir ganado en la zona.

Si analizamos las consecuencias de estos cambios abriendo la escala para tener una visión de conjunto sobre la región, encontramos que la estructura territorial de la época prehispánica también se ve afectada por la asignación de una jerarquía mayor al nuevo pueblo de Tenango y la pérdida de importancia de Atlatlahuca y otros asentamientos. Por ejemplo, de acuerdo con Gerhard (1986:280), hacia 1670 Atlatlahuca dejó de ser alcaldía mayor para fusionarse con la de Tenango, proceso que condujo prontamente a mayores abusos en contra de esta comunidad por parte de autoridades civiles y religiosas como se hace patente en varios documentos del ramo de Indios del AGN (vol. 31, exp. 225, f. 187 vta. -1694-; vol. 34, exp. 337, f. 33 -1699-; exp. 58, f. 56 vta. -1699-). En el curso de la época virreinal los españoles prefirieron, después de Toluca, a Tenango, Lerma y Santiago Tianguistengo como sitios para establecerse y controlar la zona. Desde entonces, Tenango se convirtió en un centro de relevancia regional para la estructura territorial del virreinato, que poco a poco fue relegando a las entidades matlatzincas, entre ellas Atlatlahuca.

Por lo que corresponde a Xochiaca, el otro pueblo consignado en la misma Relación Geográfica de 1580 (bajo el nombre de Suchiaca), pensamos que no fue entendida como unidad política autónoma por parte de los españoles, en tanto que desde 1537 (Gerhard, 1986:280) fue, junto con Atlatlahuca, un mismo corregimiento, el cual eventualmente fue reconocido sólo por el topónimo de este último poblado. Así, Xochiaca parece haberse borrado del mapa. Cabe agregar que la localización de Xochiaca, sobre una pequeña terraza ígnea y mirando hacia el sur, tampoco debió resultar atractiva para los españoles, para quienes los empinados bosques que la rodeaban y sus estrechas tierras agrícolas eran prácticamente irrelevantes. Por lo que hace a su antiguo carácter estratégico, Xochiaca y Atlatlahuca perdieron casi por completo su importancia desde el momento en que la nueva administración novohispana controló tanto el Altiplano Central y el Eje Neovolcánico como las tierras bajas del sur. En cuanto a Zictepec y Zepayautla (Ciuhtepeq y Epayautla, respectivamente, en la misma Relación Geográfica de 1580) sabemos que, durante la etapa de los encomenderos, mantuvieron su sujeción a Tacuba. Al parecer, para el siglo XVIII y sin lugar a dudas después de la ampliación del territorio de la alcaldía mayor de Tenango en 1762, ambas poblaciones pasaron a ser parte de este.

Como hemos señalado, el eventual dominio de la mayor parte del territorio novohispano por parte de las autoridades virreinales le restó importancia estratégica al corredor de Atlatlahuca. En la Nueva España se introdujeron los medios europeos de producción, los cuales condujeron a una articulación distinta del territorio, tanto en lo conceptual como en lo económico. Los reales de minas de Temascaltepec y Sultepec marcaron nuevas prioridades. Por su localización, estos dos centros mineros concedieron a la ladera occidental del Nevado de Toluca una relevancia que hasta entonces, creemos, nunca había tenido, razón adicional para explicar la posterior marginalidad de Atlatlahuca situada del otro lado del volcán. El real de minas de Zacualpan, dentro de los que se localizaron en lo que hoy es el sur mexiquense, fue el único que utilizó el corredor de Atlatlahuca para vincularse con la Ciudad de México (AGN: vol. 6 (1), exp. 368, f. 98, -1592-, vol.3, exp. 869, f. 210, -1591-, vol. 3, exp, 870, f. 210-1591-). La pujanza del valle de Tenancingo y la arriería que alcanzaba incluso varios poblados del actual noroeste guerrerense fueron la única actividad comercial que conoció la otrora área estratégica.

Para los tiempos prehispánicos propusimos que nuestra área de estudio era en sí relevante gracias a sus bondades bioclimáticas, característica que por supuesto no pasó desapercibida para los españoles, pero bajo una lectura distinta del paisaje: ellos ambicionaron en concreto las tierras llanas en la vecindad de Tenancingo, idóneas para sus intereses agropecuarios. La importancia dada a esta población queda manifiesta en el traslado de la sede de gobierno de la jurisdicción de Malinalco a esta cabecera antes de 1580 (Gerhard, 1986:175). La relevancia de Tenango y el papel a escala regional que le adjudicaron los españoles hicieron que el territorio de esta jurisdicción prácticamente se duplicara en 1762 (AGN, Padrones, Vol. 12, fs. 251-254) en detrimento de Metepec. Nos atrevemos a pensar que esta resolución, en el marco de las reformas borbónicas, tuvo que ver con que este último pueblo era por aquel entonces un espacio fundamentalmente indígena, mientras que Tenango ya contaba con una amplia presencia de españoles y de los demás estratos sociales y étnicos de la Nueva España dieciochesca. Quizá esta condición le hizo obtener, a principios de la época republicana, la categoría de “villa” (Lechuga Martínez, 2001:65).

Conclusiones

Nuestra pregunta inicial planteaba el problema de entender en qué medida los puertos de montaña de Atlatlahuca, y todo el territorio que ocuparon los matlatzincas, tenía un carácter estratégico y cuándo se había perdido. Terminemos estos párrafos puntualizando la hipótesis que hemos concluido.

El espacio comprendido en porciones de los actuales municipios de Tenango del Valle, Joquicingo, Tenancigo y Villa Guerrero fue, en tiempos prehispánicos, un espacio estratégico porque constituía la mejor vía de comunicación a pie entre la cuenca alta del río Lerma y la cuenca del Amacuzac, tributario del río Balsas. Fue el núcleo de una amplia y robusta confederación de comunidades matlatzincas organizadas en distintos inpuhetzi. Estos inpuhetzi controlaron este paso estratégico que daba acceso a recursos naturales propios de dos distintos ambientes, templado en la cuenca del Lerma y más cálido en la cuenca del Balsas. Toda esta región contaba con una estructura territorial en equilibrio en la que el Nevado de Toluca jugaba un papel preponderante en términos funcionales y rituales. En el centro de esta confederación, ubicada en una posición estratégica al pie del volcán y sobre una terraza lo suficientemente elevada para mantener el control de este paso, se ubicaba la impresionante urbe de Teotenango, asociada muy probablemente con el inpuhetzi de Atlatlahuca que dominaba visualmente el corredor entre los cerros.

En la segunda mitad del siglo XV, los mexicas se apoderaron del control del corredor de Atlatlahuca, pero siguieron aprovechando su posición estratégica. Medio siglo después, cuando los mexicas caen ante la fuerza militar de los españoles, este amplio espacio pierde su estructura prehispánica y adquiere una nueva, sustentada en una lógica que comprendía el paisaje de manera diferente y organizaba el territorio con otros criterios. En el curso de unas décadas la población decayó por las epidemias y la política virreinal conminó a las antiguas comunidades de Tenango y Atlatlahuca a desplazarse a las partes bajas hacia nuevos sitios en donde fundaron pueblos de indios. Simultáneamente, se perdió el interés por preservar el control del corredor de Atlatlahuca porque ya no poseía un valor estratégico dado que toda la Nueva España estaba gobernada por la misma corona y el objetivo económico principal estaba puesto en las minas. La ruta minera más importante para los españoles no pasaba ahora por el corredor de Atlatlahuca, al oriente del volcán, sino por la ladera occidental del mismo. Además, la nueva estructura territorial construida por los españoles asignó a Tenango un rango superior al de Atlatlahuca con lo cual esta última empezó una vida marginal que hasta la fecha la ubica como un pueblo dependiente de Tenango siendo que en tiempo prehispánico tuvieron soberanías equiparables. En trabajo de campo hemos comprobado la animadversión de los habitantes de Atlatlahuca hacia los de Tenango tal vez por razones históricas cuya ilación se ha perdido con las generaciones.

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Notes

[1] Agradecemos en particular a don Erasto Bobadilla, comisario ejidal de Atlatlahuca y a don Federico García García, cronista de Tenango del Valle.

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